sábado, 26 de diciembre de 2015

Café Cortázar




1º) El bar nuevo está atestado de nuevos visitantes, eufóricos de fotos. Una señora desatada se acerca a la mesa del Hombre Que Lee y le arrebata la silla que sobra, produciéndose el siguiente intercambio:

Hombre Que Lee: no me preguntó si la silla estaba ocupada
Señora Desatada: perdone! Estaba ocupada?
Hombre Que Lee: no. Llevelá nomás

2º) El bar sigue sitiado por gente eufórica que le pide al Hombre Que Lee moverse un poquito para la izquierda, otro poquito para la derecha, para hacer fotos de las maravillosas cosas Cortázar exhibidas detrás de él. La gente no pide café en el Café Cortázar, pide licuados, jugos raros, cervezas de colores. En la mesa de al lado del Hombre Que Lee se viene a sentar el Hombre Que Escribe Su Cuaderno Con Lápiz y pide un café, lo cual alegra al Hombre Que Lee.  El Hombre Que Escribe Su Cuaderno Con Lápiz es raro, incluso para el Hombre Que Lee, y se azora cuando la horda empieza a pedirle a él también un poquito para la derecha, otro poquito para la izquierda, para retratar la pared de las cosas Cortázar, produciéndose el siguiente diálogo:

Hombre Que Lee: Usted, tranquilo. Porque Usted y yo  formamos parte de La Resistencia. Siga escribiendo, que yo sigo leyendo.
Hombre Que Escribe Su Cuaderno Con Lápiz: …

Mientras El Hombre Que Lee pensaba si eso fue un diálogo, y pensaba también si se es un Hombre Que Lee con tanto no leer, llegó una dama (rara también) al encuentro del Hombre Que Escribe Su Cuaderno Con Lápiz, y el Hombre Que Lee se sintió traicionado. Ahora, La Resistencia, es solamente él.

3º) GRAFFITI  HALLADO EN EL BAÑO DE CABALLEROS DEL CAFÉ CORTÁZAR
Primero me descubrieron unas hemorroides, pero el proctólogo me dijo que se curaban sin cirugía, lo cual me dejó tranquilo.
Después sentí un pinchazo en la cintura y la kinesióloga me dijo que no era nada, algo del sacro sin importancia, y como yo soy creyente me despreocupé.
Acabo de sentarme en el trono sin verificar que la tapa estuviera levantada de tanto apuro que llevaba, y eso verdaderamente me dolió. Tanto me dolió que recordé la antigua publicidad que rezaba: “Entre pecho y espalda, pastillas Valda” pero transformada: “Entre cintura y rodillas, sólo me faltan ladillas”





Quien quiera saber lo único que pudo leer el Hombre Que Lee, y verá que pese a todo contratiempo es un tipo afortunado, que lea el comentario nº 1 (posiblemente único)

lunes, 14 de diciembre de 2015

Sobrenombres



Volver a Liniers es una recordación permanente. Una foto vieja; un pasaje del barrio que sigue igual, o alguien que me encuentro por la calle. Había bajado a buscar algo al chino y de frente venía un señor con dos chiquilines de la mano que me resultaba cara conocida. Para hablar con más exactitud, lo que me resultaba familiar era su nariz ganchuda. Antes de seguir mi relato quiero decir que los adolescentes, incluso los niños, gustan de poner apodos a los demás, a veces crueles. A mí me decían Cabezón (muchos amigos todavía me siguen llamando así aunque mi cabeza ahora luce más proporcionada con relación al resto del cuerpo, pero de chico era verdaderamente grande) y si me querían hacer enojar me decían Fósforo. A otro amigo que a veces pasa por aquí le decíamos Narigón, y de más chicos, Pinocho. Había dos hermanos que tenían varias desdichas. Una que eran de pelo claro y ojos verdes. O sea, distintos. Otra, que la madre creo que los tenía medio amarrados. Había más: jugaban poco y muy mal al fútbol y eso en el barrio merece cierta reprobación. Quedar último en la fatal selección del “pan y queso” para determinar los equipos, es una horripilancia que no se le desea a nadie. Pero además tenían otro infortunio: sus ojos de un hermoso color verde eran saltones, dos pares de huevos prácticamente. Conclusión, que les decíamos “Los Marcianos”. Nunca supe sus nombres y si los supe, no los recuerdo. El disgusto de compartir equipo, la madre que los llamaba, lo poco que hablaban y esos ojazos definitivos verdaderamente los hacía de otro planeta. El último sobrenombre que mencionaré en este intermedio es el de alguien que no recuerdo de dónde era (del barrio? del cole? de algún club?) Lo cierto es que la naturaleza había sido caprichosa al decidirle su rostro, no porque tuviera algún rasgo demasiado prominente, simplemente la distribución, los detalles tan raros, así que se lo designó “Cara extraña” y a otra cosa, porque nadie puede discutir el apodo que le toca en suerte. Generalmente demostrar dolor o enojo ante el sobrenombre no hacía más que incrementar su uso y la satisfacción de los designadores, por esa crueldad que mencioné antes.

Pero vuelvo a la tarde de hoy, a mí me estaba pareciendo que el que venía de frente con dos chicos (sus hijos? acaso sus nietos?) no era otro que “Condorito”. De más está decir que lo llamábamos así por la nariz ganchuda y el flequillo que lo hacía tan parecido al personaje de historieta. No le gustaba a Condorito que le dijéramos Condorito, y mucho menos si estaba charlando con una chica. No recuerdo su nombre, para todos era Condorito. La última vez que lo vi habrá sido hace veinte o veinticinco años, ahora era un señor mayor, cómo llamarlo de ese modo tan infamante para él delante de sus hijos o nietos? Me quedaba la alternativa de una amiga para cuando se ha olvidado el nombre del interlocutor y le manda un “qué hacés Campeón!” pero no me parecía justo conmigo mismo porque yo sí me acordaba que era Condorito.
Por suerte el señor de nariz ganchuda como la de Condorito, no era Condorito. Igual ya tenía resuelto el intríngulis dos metros antes de cruzarlo, una manera que me dejaba en paz conmigo mismo, que demostraba afecto pero también respeto, y que incluso podría realzarlo delante de sus hijos (acaso sus nietos)

Pensaba decirle “que hacés tanto tiempo, Cóndor!”







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